Escaleras de caracol

Me acabo de desapuntar de un curso de escritura

Acabo de desapuntarme de un curso de escritura en línea.

Llevaba casi un año escribiendo en libretas y hojas sueltas. Semillas para una historia. Entradas de un diario ocasional. Desahogos. Incluso había comprado una pluma, que me he acostumbrado a rellenar con regularidad. A veces, un párrafo o una idea me sorprendían a mí misma.

Así que me apunté a un curso de escritura con la idea de transformar eso que me estaba surgiendo en un hábito. La verdad es que la rutina, la constancia y acabar cosas no son mis puntos fuertes. Escogí un curso de relato breve, pensando en las historias cortas que explotaron dentro de mí al leerlas. «Bullet in the Brain», de Tobias Wolff. «A Perfect Day for Bananafish», de Salinger. Cortázar en «Una flor amarilla». Cuando estaba en la universidad escribí dos relatos. Uno de ellos lo conservo y es un pequeño tesoro. La única prueba que tengo de que soy capaz de escribir.

El curso funcionaba así: te entregaban un tema teórico junto con una propuesta de escritura relacionada con él y, en un plazo de siete días, tenías que entregar un relato de entre 600 y 1000 palabras. Me daba la sensación de que los temas se los habían encargado a autores que no tenían muchas ganas de escribir temas teóricos. Pero bueno, qué más daba, yo lo que quería era escribir. Durante un mes acabé cuatro relatos. Era embriagador y regocijante escribir tanto. Dos me gustan, y de los otros dos me llevo una idea y un párrafo. La última semana, sin embargo, me sentía agotada, incapaz ya de corregir los últimos párrafos de la entrega.

Así que la quinta semana no entregué nada –el tema era la estructura de planteamiento, desarrollo y desenlace–. Y la sexta leí Una locura cotidiana, de Elizabeth Bishop. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con la lectura. Sus textos son densos y únicos, habitados por la autora. Leyéndolos me preguntaba, ¿habría Bishop podido producir estos relatos en el contexto de un curso de escritura? Hay mucho de preceptivo en estos cursos, porque eso es lo que se espera de la enseñanza, que descubra verdades duraderas.

Pero escribir, para mí, es tirar de un pozo interior e intentar sacar algo auténtico. Me importan un pepino las estructuras y si debo mostrar o decir. Mostraré o diré, según sea conveniente. Buscaré palabras guiada únicamente por la verdad y la belleza. Y la estructura surgirá de lo que sea que tenga contar. Entiendo que los conceptos que se manejan en los talleres literarios son útiles para analizar la literatura propia y la de otros, pero también constriñen el pensamiento de quien escribe. No quiero aprender a usar técnicas, lo que quiero explorar el lenguaje que sale de mí. Quiero leer y releer los relatos, los poemas y las novelas que me hacen temblar e intentar entender por qué. Imitarlos, si me apetece.

Y por eso he abandonado el curso, pero no la escritura. Me siento como una exploradora a punto de emprender el gran viaje. El problema es que no me he deshecho del problema original. Templanza y perseverancia, ¿dónde estáis?

Creo que, para perseverar, es imprescindible que te importe lo que haces. No sé si algo ha cambiado y ahora escribir me importa más que antes. Con la edad, por ejemplo, el futuro ha dejado de parecer infinito. Y con el curso me he dado cuenta de que lo único que necesito para escribir es sentarme y escribir.

También he abierto este sitio web, Escaleras de caracol, con la esperanza de que la presencia de lectores por ahora imaginarios ejerza algo de presión en mí. Intentaré escribir una vez al mes, con mis reflexiones sobre lo que he escrito o leído, y de vez en cuando alguna acuarela.